Y un día se convirtió en bandera. Su cara se multiplicó en estampitas, remeras, pósters. Su música sonó en todos lados: desde un boliche a cualquier fiesta de 15, casamiento, reunión de amigos. Sus letras se volvieron estandarte de muchas mujeres que encontraban en ella semejanzas con su vida, con sus deseos, con aquello a lo que aspiraban ser y no se aminaban. ¿Por qué Gilda, una maestra jardinera devenida en cantante causó tanto revuelo tras su muerte?
Sobre el final de los años ochenta, Miriam trabajaba como maestra jardinera, estaba casada con el novio de toda su vida, criaba a dos hijos en edad escolar, se ocupaba de su casa y estaba por cumplir 30 años. Para la época se podía decir que lo tenía todo, pero no, ella no era feliz, no se sentía completa. ¿Qué opciones tenía para salir de esa rutina que la asfixiaba?
Había nacido el 11 de octubre de 1961 en una familia tradicional de Devoto y, si bien vivió varios años en Villa Lugano, se estableció en el barrio de su infancia. Su madre era profesora de piano y su padre empleado público. En 1977, tras la muerte de su papá, debió hacerse cargo de la familia. Un año después, tal como el mandato lo indicaba, se casó con Raúl Cagnin, un pequeño empresario fabricante de escobas que era su novio de la adolescencia; juntos tuvieron dos hijos, Mariel y Fabrizio. Hasta acá, puede ser la historia de cualquier chica de clase media de la época, que salta de la casa de sus padres al hogar conyugal y alterna sus días entre las tareas de cuidado familiar y su empleo de maestra en un jardín.
Santa Gilda: ¿mito o realidad?
Cientos de rosarios fueron colocados junto a una vincha con el nombre de Gilda, en la entrada de un santuario en su honor Fuente: Archivo
Para muchos, la cantante se convirtió en una santa popular. Aún hoy, 24 años después de su muerte, se erige un altar en la localidad entrerriana de Ceibas, a unos metros de donde se produjo el accidente. Allí, donde también se conserva el micro en el que viajaba, llegan fieles de todo el país que le dejan cartas, plegarias, placas de bronce, flores de colores, amuletos, ropa. Para ellos, Gilda los curó, los ayudó a conseguir un trabajo, a tener un hijo o salvó a un familiar. Entre todos alimentan el mito: la milagrosa, la sanadora, la poderosa. En esos metros cuadrados, el tiempo se detiene y se conectan la tierra y el cielo.
«Santa Gilda», ¿de dónde proviene semejante título? «Amar es un milagro y yo te amé como nunca jamás lo imaginé», canta Gilda frente a un público que no para de bailar. En la primera fila, se vibra otra emoción: Priscila y su abuela bailan abrazadas, llorando. La cantante advierte esa imagen desde el escenario y se agacha a acariciar a la nena. Minutos después del show, llegan hasta ella y le cuentan una historia que la dejó impactada: la mamá de la nena había pasado largos días en terapia intensiva y estaba convencida de que se había curado gracias a las cumbias que su hijita le hacía escuchar cada día en su walkman.
Las historias se multiplican. Incluso antes de su muerte, la cantante recibía cartas de agradecimiento por hechos que no llegaba a asumir ni a magnificar. Cuenta la leyenda que, previo al accidente en la Ruta 12 y casi como una premonición, Gilda había preparado un cassette con nuevos temas para su próximo disco. «No es mi despedida» formaba parte de la lista. La repercusión fue tal que la canción se resignificó y viró hacia lo espiritual. Sus canciones y su voz, sin dudas, cargadas de carisma y de realismo, llegan más allá de este plano.